UNA HENDIJA/ encuentro con la voz de Gabo Ferro

                                                                                            

                                                                                            A Jota y Romi, voces amadas

                                                                                                                  

                                                                                                                                               Todo lo que se escucha 

                                                                                                                                                  es el sonido de la luz 

                                                                                                                                     pasando a través de sí misma 

                                                                                                                                                                         Dosei


  1. Una canción


 De noche en la terraza de una pareja amiga, J y R, al final del verano. Mi hijo mayor, todavía pequeño, ronda en un triciclo antiguo, de la infancia de J. El sonido del fuego. La autopista cercana murmura un fondo continuo. Las voces en torno, voces queridas, conversaciones. J. me avisa que va a poner algo que me va a gustar. Momentos después un leve arpegio de guitarra se inmiscuye en el ambiente anunciando una canción. Se entreteje con naturalidad y sin distinguirse del todo del resto de sonidos que son los sonidos de la situación, y que no son meros sonidos, sino una envoltura de indicios acerca de todo lo presente. Mi atención deriva entre las cosas que nos decimos, el crepitar del fuego, el choque vidrioso de hielos en vasos pasando de manos, y va alojando poco a poco el arpegio de guitarra que se filtra entre las otras presencias sonoras como un humo. 

 Entonces una voz rasga la noche.

 La voz en la música que puso J. jala mi atención reconcentrándola. El movimiento se siente como siendo hacia dentro, y esto vuelve manifiesto que inmediatamente antes mi atención se encontraba dispersa. Ahora hay una concentración. O más bien, hay un advertir el tironeo sutil entre la concentración y la dispersión. La envoltura sonora se difunde dejando un centro que a la vez que es ocupado por la voz, se instala como silencio. Es el ambiente el que se silenció, sin callar, como si se pusiera a la escucha de esa voz y la eligiera como guía. Ahí están las conversaciones, el fuego, el triciclo rechinando, las risas de infancia, los vasos, los líquidos, los hielos, pero ahora conforman una textura homogénea y confluente, un corro alrededor de una voz que rasga la noche


  1. Un eco

 Mi atención introvertida encuentra espacios abiertos con forma de preguntas: ¿quién es? ¿de quién es la voz? ¿es un hombre o una mujer, o ninguna de las dos cosas? ¿es una música del pasado o es actual? Espacios abiertos también con la forma de una madeja de imágenes difusas: el canto fantasmal de un antiguo motete; el canto tectónico lanzado al infinito de una milonga sureña; el linaje de los contratenores, y su arte sublime pero  históricamente arraigado en la exclusión de las mujeres de los ámbitos de la expresividad común; la intimidad de un cuarto, la cercanía de los cuerpos, la confianza de una mirada en la desnudez; objetos cargados de afecto, cargados del poder de un momento de intensidad. 

Una voz sabe las cosas que sabemos a través y en medio de su contacto.

Una voz es un puente de ecos.


  1. Un gesto

 R. menciona un nombre: Gabo Ferro. La voz de R. es intensa y ajustada, y pronuncia las consonantes del nombre mostrando todos los matices de las acciones que realiza al pronunciar. Imprime una fuerza singular para el nombre de esa voz penetrante y dulce a la vez, la voz de Gabo Ferro, habitada por una tensión entre lo que corta y lo que acaricia. Estas dos fuerzas que se oponen, al mismo tiempo en lucha y en abrazo, configuran con su tensión la cuerda/membrana de la que la voz obtiene su sonido. 

 La voz de Gabo Ferro instala un silencio. No porque se hayan acallado los sonidos en torno. De hecho esto no ocurre. El silencio abierto es mi atención que responde a un llamado. El llamado abrió en mí un centro silencioso alrededor del cual orbita la sonoridad familiar y cotidiana que hasta la irrupción del llamado constituía el ambiente de sentidos sonoros en el que me encontraba inmersa. 

 La voz que llama la atención llama al cuidado. Despierta el impulso de cuidar que es la curiosidad.  Dar atención es acercarse con cuidado, a la escucha, abriendo espacio para que se revele en detalle aquello que se revela: una necesidad, un dolor, un don, una voz.

 Una voz que sostiene la ambigüedad entre lo masculino y lo femenino, otra tensión que hace cuerda para que resuene esa misma ambigüedad en quienes atendemos su llamado. Como tajo, abre el espíritu de ruptura y deserción. Como caricia, abriga una intimidad de momento compartido, de comunidad.

 Una voz siempre es ante todo la voz de alguien. Así que si preguntamos ¿qué es una voz? estaríamos arrancándola de su forma básica de manifestación, y perderíamos exactamente eso por lo cual nos preguntamos. La física, la anatomía, la acústica, la psicología, la sociología pueden responder qué es una voz, pero ninguna de esas respuestas es capaz de dar cuenta de la experiencia concreta de la que surge la pregunta. La voz no es un paquete de frecuencias producidas por una laringe, así como un ojo en un frasco de formol no es, estrictamente un ojo, sino un conjunto de tejidos que alguna vez se tramó en una existencia, como ocasión de una sensibilidad a la luz. Podemos transitar el camino de conocer a través de la mensura, y obtener una voz objeto, una superposición de frecuencias de vibración que se propaga por el aire, poniendo en relación la actividad de una laringe con la actividad de un oído. Podemos introducirnos en el detalle del funcionamiento de la laringe entramada con la corporalidad en que ocurre, hacer lo mismo con el oído, comprender la propagación mecánica de ondas en un fluido. Podemos incluso introducir esas vibraciones en un analizador de frecuencias, y descomponerlas separando frecuencias fundamentales de parciales. Un oído entrenado es todavía capaz de discernir, a través de diversas cualidades de la voz, en qué condiciones se están emitiendo esos sonidos, la forma del tracto vocal que los produce, la distribución tónica del cuerpo que lo sustenta. Pero nada de eso daría cuenta de la experiencia original de una voz que nos mueve a la curiosidad. No experimentamos una superposición de ondas, sino el devenir de una figura, una figura de múltiples dimensiones o fases, que como tal figura, codetermina el fondo respecto del cual es figura. 

 Una figura que es una gestualidad. La voz, por supuesto, tiene un sustrato y una presencia material. ¿Cuál? ¿Qué decimos con esto? Reconocemos en la voz la presencia de alguien. Cada voz tiene su color, o su timbre. Como es evidente, estos son nombres que provienen uno de relaciones visuales, otro del conocimiento acústico. Pero cuando reconocemos una voz captamos ese color siempre -y primordialmente- desde una inflexión afectiva, con una carga de sentido que orienta el contacto. Apenas la voz se manifiesta comprendemos la dirección que toma y a través de la cual configura el campo de su captación. Así, la corporalidad desde cuyo repliegue surge la voz abre un mundo. 

 El modo en que la corporalidad opaca es capaz de esa apertura, se puede describir como una puesta en tensión. Una tensión instala una oposición que configura un campo de resonancias.  La tensión básica entre apertura y cierre de la que surge la voz abre el campo de otras tensiones, que son las de esta voz que ahora rasga la noche: filo y caricia, masculino y femenino, campo y ciudad, pasado y futuro, tradición y transformación, rock y música nativa, europa y américa, la fiesta y la solemnidad, el rayo y el trueno. Estos campos de resonancia son los que llaman nuestra atención, requieren nuestro cuidado, despiertan nuestra curiosidad y así nos convocan a la resolución, a decidir dentro de esos campos. El mundo que se abre se ofrece indeterminado, y esa indeterminación nos arrastra hacia el umbral de su creación.

 Ese sonido que llamamos voz es el de alguien que llama a alguien. Su ser sonido es de hecho sólo un aspecto de su forma plena de presentarse. Ante todo es el llamado, es decir, la afirmación de una copresencia. Por la voz sabemos que acá estamos. No lo sabemos en el sentido de que somos conscientes de ello, sino en el de que lo saboreamos, lo experimentamos. La voz es la ocasión de una sensibilidad a lo común. 


  1. Una señal

Lo que dice la voz, en tanto palabras que se articulan, resulta indistinguible entre los signos de la reunión. ¿Qué apareció entonces cuando apareció la voz? Todo lo que estaba en la situación sigue ahí. Lo que veo, lo que oigo, lo que huelo. Pero ahora vivo todo eso a través de la conmoción por la voz. Alrededor de ella, de sus gestos. Atendiendo al llamado, todo en la situación se organiza por lo que el llamado trae consigo, y recibe, por ello, su atención, su cuidado. 

 Desde el grito primordial del alumbramiento hasta el estertor de la muerte, desde el canto virtuoso hasta el griterío embriagado de un fin de fiesta, desde el rumiar del pensamiento hasta el alivio de una palabra amable, desde el eco de nuestros fantasmas hasta la gestualidad crepitante de las personas sordas, desde el rumor del agua hasta el canto ancestral del universo, toda voz es ante todo el llamado a la reunión, la señal de la copresencia, la manifestación de los lazos inmateriales -irreductibles a toda medida- por los que existimos en trama.

 La voz de Gabo Ferro ilumina de pronto el momento, una voz relámpago que surca y alumbra las voces, el murmullo mecánico y rodante del juego de niño, la amiga amable y compinche que acerca el vaso tintineante, el rumiar de la autopista que se yergue con toda la ciudad que es nuestra ciudad, la de los encuentros y las luchas, la de las noches perdidas y las ganadas, el fin del verano que nos pone a las puertas de retornar a la vida productiva, con toda su carga de injusticia, de alejamiento de las formas de vida que intuimos y deseamos, más cercanas a esta noche de encuentro. La voz de Gabo Ferro nos trae a nuestras maneras de amar y de creer. Nuestras maneras de tejer el mundo que merecemos.

 La voz de Gabo Ferro, su figura precisa y penetrante, abre un mundo de complicidades, agrupa el compartir penas y alegrías, los gestos de ayuda, el afecto y los proyectos en común, la celebración de las existencias cercanas, la amistad. Ese mundo abierto, advertido, y la conmoción de ese advertir arraigan en la carnalidad ausente de Gabo Ferro cantando. La voz que ahora nos reúne es la huella de un sonido que irradió de un cuerpo tensado por deseos, afectos, el pensar y el actuar, como la forma actual del cosmos es la huella de un sonido surgido de las tensiones entre la compresión de la materia y la fuerza radiante de la luz.

El mundo que abren las canciones, el mundo que iluminan y sostienen en medio de la tierra tempestuosa, no es el mundo dado y acostumbrado, el de los senderos ya trazados y sabidos. Es el mundo para las vidas incógnitas que tejemos en las hendijas de lo trazado, donde quiénes somos es un enigma al cual adentrarse, dentro del cual crearnos.

De eso es señal la voz. Eso señala: una hendija.




                                                                                                             Petra Donnerstag

                                                                                                                        primavera de 2023


























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